miércoles, 12 de octubre de 2011

Margarita en una lágrima

 

 

 

http://www.codigovenezuela.com/2011/10/opinion/graciela-pantin/margarita-en-una-lagrima-por-graciela-pantin-de-gracielapantin

 

 

Un accidente de tránsito se llevó al escultor Valentín Malaver, estudiante de los orígenes de las formas y creyente en la fuerza noble de la materia sólida

Valentín Malaver nació en Guarame, Nueva Esparta, en un valle donde el sol se bate entre las nubes y reverbera sobre las piedras.

El pasado martes la camioneta donde viajaba se volcó en la carretera de Barcelona, justo cuando venía de dejar su obra para participar en la bienal de Maturín.

Valentín era alto, muy alto. Con un perfil agudo, muy agudo. Una nariz como la ‘V’ de su presencia valiente, como el pico de un ave, alta, fuerte, cimbrada por el esfuerzo de cavar las rocas. Era moreno como su tierra y gentil como sus palmas. Gran estudiante de los orígenes de las formas y creyente en la fuerza noble de la materia en su estado sólido.

Al trabajar las piedras, las tallaba con la furia del creador y la fe del batallador. Las concluía con el cariño del padre y la reverencia del sacerdote.

Con estudios superiores de artes plásticas, fue profesor y orientador de muchos jóvenes quienes encontraron en él al guía generoso y respetuoso.

Ya tenía un honroso curriculum de exposiciones y premios que lo consolidaba en la plenitud de su carrera profesional como escultor.

Si algo lo definió como ser humano fue su bonhomía, su compromiso solidario de promotor del arte y de la cultura en su terruño sin fronteras.

Su casa taller es también parte de su obra . Durante años estuvo construyéndola. Se mudó al cielo cuando esta ya estaba lista.

La tenía diseñada tal como la soñó desde su casita de madera montada en el árbol más alto de su patio.

Fue labrándola poco a poco, parecía no tener apuro. Todo lo que ganaba lo invertía en estos espacios que, entre sus desniveles siempre había una ventana abierta al mar y a la montaña.

Allí tenía su gran terraza, balcón abierto para sus amigos colegas y familia. Allí sonaba la música, se tomaba con fe y se comía con sabor margariteño.

Sus mejores amigos dejaban sus señas. Las huellas transparentes de los vitrales de Gladys Meneses, las etéreas maderas de su profesor Pedro Barreto, las líneas calcadas en sus paredes, de Gustavo Pereira, la puerta de Goyo Torres y las pinturas de Manuel Espinoza.

Allí siempre alerta y solidaria, su esposa y compañera de siempre, Ofelia.

Foto: Mariela Provenzali

Muchas tardes conversamos en esa terraza cuando el atardecer llegaba con una brisa calma. Hablábamos de arte, de los artistas, de aquellos amigos que las olas de estos tiempos habían alejado y de otros que siempre estarían cercanos. De su viaje a Paris, de Rodin, Giacometti y otros grandes maestros. También del pan y del vino.

Subía el volumen de la música de Aquiles Báez que se expandía en el paisaje, mezclándose en un estupendo coctel con el cazón y las empanadas.

Me contaba Valentín, que en las mañanas, frente al sol del este, en sus barandas se posaban los alcatraces y se secaban las alas las gaviotas.

También comentábamos sus últimos trabajos, sus nuevos formatos. Le preocupaba no traicionar nunca el tamaño de sus obras por la posibilidad de moverlas a lugares remotos. Las piedras grandes, pesadas, de dificultosa movilización jamás impedirían su compromiso de hacerlas florecer, de convertirlas en figuras zoomorfas del imaginario caribeño. De ellas surgían seres mágicos que bien podían ser los ancestros de los pelícanos, los crustáceos o tesoros de la arqueología local. Fósiles o florescencias encajadas en lo profundo de la materia.

Sus obras alcanzaban superar la carga de la piedra, logrando elevarlas como las aves, hacerlas nadar como los peces o hundir las conchas en las cárcavas de la piedra serpentina, que era la que siempre tenía a mano.

Valentín deja un mundo de formas labradas, rústicas o pulidas, de gran, mediano y pequeño formato, que para siempre poblarán espacios públicos y colecciones importantes.

El calor, la sequía, el salitre y el silencio del Guayamurí continuarán celebrando para siempre su talento, su compromiso con el arte y su corazón de margariteño.

Porque ahora Valentín es eterno. A su memoria va esta nota. Por el amigo que creó formas maravillosas que se transmutan entre el aire y el mar, sobre los matorrales y entre las nubes donde él está ahora.

Su tiempo en la tierra concluyó, el de sus piedras permanecerá, “como árboles que se niegan a morir, en un gesto que simboliza la esperanza de la vida futura en la madre tierra, actualmente amenazada por el persistente deterioro de su medio ambiente” así escribió Valentín Malaver en el catálogo de su reciente exposición: “Naturaleza Imaginada”, Sala Fundación BBVA, Caracas.

La autora recomienda visitar:

http://valentinmalaver.blogspot.com/

http://www.youtube.com/watch?v=vLSQohm0Lk0

Publicado: 4:47 AM, 4 de Octubre 2011

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