sábado, 5 de marzo de 2011

El Poder de las formas

                                                           El Poder de las formas

El poder de las formas en la conciencia humana ha determinado, a lo largo de la historia de las sociedades, los gustos estéticos.
Estos gustos varían por inexplicables circunstancias prescritas casi siempre por nuevas formas que se imponen.
De la esteatopigia de las llamadas Venus paleolíticas (la de Willndorf Menton o Lespugue) a la esbeltez de la de Milo tuvieron que transcurrir milenios, pero las protuberancias y robusteces de aquellas damiselas prehistóricas se reavivarán como canon de belleza femenina muchos siglos después. En el XIX un artista como Renoir las pincela entre opacidades y afectaciones. En el siglo XX el colombiano Botero las expondrá como hiperbolizado y más bien triste contrapeso a la descarnalidad impuesta por modistos no siempre bien avenidos con lo voluptuoso femenino.
Si existe un arte que sea pura expresión de la forma es la escultura, acaso -paradoja de por medio- la más carnal, con la cerámica de las manifestaciones artísticas.
Pero la mano que talla o cincela intuye no sólo la conformación de la obra de arte en ciernes: percibe de antemano sus lisuras, sus rugosidades, los valores de la luz sobre ella, la delicada o áspera condición de la epidermis definitiva que la hará sombra o diamante.
Valentín Malaver intuyó por vocación y conoce por oficio el lenguaje de la piedra, que es de algún modo el lenguaje de las formas.
Desde los días de infancia en su pueblo natal y de adolescente en la Escuela de Artes Plásticas de La Asunción, se dedicó a escrutar las texturas y la naturaleza de las rocas de Margarita y a trabajarlas con fervorosa dedicación. El resultado de sus esfuerzos no pudo ser más alentador y las recompensas en su corta vida artística no se hicieron esperar, la piedra y sus formas se hicieron para el deslumbramiento y reto.
En la escultura contemporánea venezolana es Francisco Narváez quien por vez primera hace uso de la piedra y el mármol nativos para expresar la esencia terrenal de sus búsquedas espirituales, ese "lirismo de la masa sobria" del que hablaba Carlos Raúl Villanueva. Piedras de Margarita, de Araya, de Cumarebo, de poro abierto o fino, mármoles de Puerto Cabello (como otrora los pardillos de Lara y Trujillo, o los samanes de Aragua, o los robles de Paraguachoa o los cartanes de los Valles del Orinoco) le sirvieron para fecundar y develar la vigorosa y elocuente plenitud de sus hechuras.
A diferencia de Narváez, quien centró su trabajo en macizos volúmenes dispuestos por lo general sobre un eje vertical, Valentín Malaver se interesa por las tensiones del espacio, matriz de vacíos en los que reposan sus cuerpos arqueados, ahuecados, plegados, encorvados, extendidos, penetrados por otros.
Formas, más que en la materia, insertadas en el espacio-tiempo.
Descubrió que en las piedras no todo era estático. Que en poros y hendijas y entrañas, en apariencia inanimadas, se agitaban figuras desconocidas que era necesario ir desnudando y recomponiendo incesante, tenazmente: Cada protuberancia, cada contorno, sugerían aladas configuraciones: ¿cómo debieran comportarse las partes en el espacio?, ¿qué visiones nuevas han de despertar las curvaturas, los dobleces, los ángulos concertados y reconcertados, ¿qué alusiones táctiles y visuales pueden generar las superficies y las perspectivas?
Una constante en las esculturas de Valentín Malaver es la obsesión por las tensiones gravitaciones de la materia (posibles sólo en el arte tridimensional). De algún modo casi todas sus "piezas reflejan la contenida entre lo yacente (en trance de desprendimiento) y lo móvil (queriendo entrelazarse). Los diversos referentes de las formas, encadenadas o en constreñidas espirales, restablecen en sus ritmos (dados por simetrías y asimetrías naturales o intervenidas) las múltiples lecturas que el espectador puede establecer mientras camina a su alrededor. De un lado, la piedra viva, tal como el magma y la intemperie la dejaron; del otro, la piel tersa, pulida, trabajada una y otra vez sin tregua. En ella las formas la cimbran o la expanden, la aquietan o establecen sus pulsiones.
Valentín Malaver tiene un bien ganado prestigio en el joven movimiento escultórico venezolano. Esta exposición no hace más que reafirmar lo que sus amigos hemos creído siempre: los actuales pródigos son apenas el comienzo. Su juventud y su inalterable vocación harán también cercanas para él las eternamente desafiantes piedras de los cielos.

GUSTAVO PEREIRA
04-10-1996



VALENTIN MALAVER
o las piedras capaces de volar

...Decía Rodín: para ver una escultura hay que cerrar los ojos, porque las manos sobre la piedra ven más que los ojos.
Así nos pasa con esas piedras capaces de volar de VALENTIN MALAVER, (joven escultor margariteño hecho de sal y viento, salido del taller de un maestro, Pedro Barreto, donde bajo su tutela Valentín aprendió el arte mágico de desgravitar el material y hacerlo flotar.
Alguien presente siempre desde lo alto lo vigila, todavía entre las nubes tallando piedras de Cumarebo, es Francisco Narváez, el más grande cantero salido de los áridos suelos de Macanao, de él se han nutrido todas las jóvenes generaciones de escultores y no por azar, otro margariteño se une a esa pléyade de creadores que van conformando el marco que abrirá las puertas del arte del tercer milenio.
Los merecidos lauros en Margarita y Barcelona nos dicen que estamos frente a un artista pleno, capaz de darnos mucho más de lo que ahora conocemos.
Piedras en movimiento, piedras como máquinas erguidas, piedras de una fuerza conmovedora, labradas con valentía, desgravitadas, perdidas y confundidas en el inmenso azul del mar como una bandada de gaviotas cruzando el horizonte.

Fruto Vivas
04-10-96


Milenario hoy. Piedras de Valentín Malaver


En el contexto de la escultura actual en Venezuela, signado por la desmaterialización y la energía que un puñado de líneas transparentes, en forma de esfera, son capaces de conmocionar el espacio, tanto así como las astillas recogidas del piso, las cuales más que restos del trabajo de esculpir, son la certeza de lo que desde el despojo también puede ser realidad tridimensional, se desenvuelve la obra de Valentín Malaver. Nuestra nueva escultura se fundamenta en lo fragmentado, sean diversas piedras, maderas o metales que debidamente talladas o reunidos se acoplan en composiciones que nombran lo sagrado, lo geométrico, los ritmos de la naturaleza o un orden cósmico. Así, lo constructivista tiene un peso rector en casi toda la escultura contemporánea venezolana, sea cuando se trata de figuraciones o abstracciones biomórficas, orgánicas o de ligeras transparencias, o de constitución mixta, lo sólido y su proyección en una línea de grafito. La escultura figurativa no es lo que más sobresale pero está presente en los regios cuerpos de individuos o animales, en madera o bronce, que reiteradamente aluden a la existencia y su idea imaginativa. Lo escultórico también se halla en ciertas instalaciones delirantes, en la situación extrema de reconstruir, recrear, replantear un manicomio o cualquier otro orden social. Escultura sucede al tapizar, al cubrir, una fachada, una columna, para capturar la luz, su transcurrir, su incidencia en el observador. Esculturas desde la materia y muy notoriamente la materia ya procesada, ya industrial izada, ya desechada, en la que la intervención del escultor la transforma en objeto diferente. Escultura desde el ensamblaje, desde lo banal, lo superficial, lo ruidoso, lo pretencioso, lo efímero de una época que parece alejarse de la dimensión de jornada en el taller y cómo en una intimidad sostenida con la materia que privilegia, en este caso la piedra llamada serpentina, proveniente de canteras margariteñas, irrumpe un signo diferente, en rica textura, tanto de la piedra en sí como de aquello que marca las herramientas y, desde esa dimensión de la materia, un joven escultor se adentra en los sempiternos problemas del hombre, su huella, su aquí, su marcha a contracorriente, sus vértigos, sus sueños, su moldear con su mano las aperturas, los canales, las ventanas, los arabescos de unas piedras que giran en el espacio.
Valentín Malaver trabaja con un mínimo de instrumentos, casi tan rústicos como la imagen que resulta de su hacer. Me llama la atención la austeridad de herramientas sofisticadas en su taller. Todo se hace a golpe, incluso la selección del bloque en una olvidada cantera. Y es allí, en ese primer gesto, cuando decide qué peñasco llevarse consigo, cuando comienza la obra. Distinguirlo, cortarlo, cargarlo, tomárselo. Ese primer contacto, ese primer manoseo, ya sugiere su primera figura, lo que luego será su imagen final. En el intermedio hay horas de taller en un pequeño patio, a la sombra de un árbol frutal en Puerto La Cruz.
La obra de Malaver se fundamenta en una abstracción que transmite una idea figurativa. En un conjunto de su producción entre los años 2000 y 2002, cada parte, alta, alargada, ovalada, carece de anverso; ambos lados valen por igual. Lo que sí hay es arriba y abajo, un extremo y otro, su espiral y su quilla. Suelen ser piezas abiertas, atravesadas por cañones internos, cruzados por ventanas circulares y rematadas por líneas-resortes desplegadas al aire e interrumpidas. Por tanto hay que mirar estas esculturas desde muchas posiciones. En esa disposición o actitud, encontraremos que es una obra que privilegia la perspectiva y, por tanto, la ilusión. Sus huecos aumentan su expresividad con la caída de la luz que los potencia. El recorrido de la mirada será decisivo en la percepción de la obra. Así apreciaremos el dibujo hecho con el taladro o las huellas del cincel. De modo que su textura es rica, lisa, pulida, grabada, enlazada, natural. En algunos fragmentos de la obra parecería que el escultor ha devastado la piedra como resultado de su intervención, de su búsqueda de formas. Esas partes colindan y contrastan con la idea de lo ligero, con la sutileza de lo alado. Así su piel es pulcra, limpia y a la vez ha cumplido con desbastar parte del cuerpo escultórico y generalmente combinando ambos sentidos. Su color es amplio e incorpora la veta de la piedra y sus pasadizos. Color de pronto Cruzado por un timbre en oposición. Todos los límites de las piedras Son semi Curvos, convergentes, totales. Todas esas particularidades suelen presentarse mezcladas, concertadas. "El resultado final de la obra, nos comenta el artista, lo decide la piedra misma". Si ésta sugiere la forma, entonces además resultará comedida la mediación del creador.
La obra está colocada sobre una roca que hace de pedestal y sobre la cual gira. Esa piedra está en un estado casi bruto. Su contextura es irregular, natural. Con el impulso del pedestal, aunque con discreción, se prolonga la idea de obra.
Entre otras razones, la fuerza individual de la obra de Malaver le concede su valor singular. Es diferente, es contemporánea, es piedra y es talla. Esta obra no comparte la superficialidad de buena parte del arte de nuestros días. Esta obra no se inserta en los mecanismos de homogeneidad de lo que circula en el espacio (plural y favorecido) del arte, de aquello que se exhibe exclusivamente y lo que se reconoce desde la serena superficialidad. Esta obra conlleva la incomodidad de su trabajo físico (para los que facturan objetos de plástico de procedencia doméstica) Como primera cualidad que el ámbito escultórico local parecería despreciar .Esta obra evidencia que Somos un medio de tradición escultórica donde el acto de la talla no ha sido abatido. Todo lo contrario. La prueba es la contundencia de la obra de Valentín Malaver. Así, desde la raigambre, se plantea una imagen de actualidad: lo arcaico son sus piedras hoy, su concepto de lo abierto, su ondulación vertiginosa y su planteamiento del volumen en el espacio.
Lo remoto sólo es idea en la obra de Malaver. El cuerpo escultórico es enérgico, la piedra, sus aperturas, sus aparentes fragilidades, sus dobleces y, en ocasiones, casi diría, sus transparencias, todo indica que se trata de un volumen que además de potente se ubica a plenitud en categorías de lo sólido, su horizontalidad aérea y semi curva, su desplazamiento en el aire, de obra contemporánea carente de voluntad conmemorativa. Entonces, el indicio de lo antiguo, de lejano signo cultural, no es más que una visión, una figuración. Se trata de una escultura que parecería paisaje y no lo es; parecería cierta arquitectura y tampoco lo es. Esta es una escultura de lo laberíntico, de la huella primaria intemporal, de la forma abierta, de lo espiritual que persiste en la definición de las mejores creaciones del hombre.


                                                                                               Juan Carlos Palenzuela
                                                                                                       25-11-2004
Valentín
JuanCarlosPalenzuela

En el contexto de la escultura actual en Venezuela, signado por la desmaterialización y la energía que un puñado de líneas transparentes, en forma de esfera, son capaces de conmocionar el espacio (Soto), tanto así como las astillas recogidas del piso, las cuales más que restos del trabajo de esculpir, son la certeza de lo que desde el despojo también puede ser realidad tridimensional (Abend), se desenvuelve la obra de Valentín Malaver.
Malaver es oriundo de Margarita, y sus estudios de arte los inició en La Asunción y luego en el taller de Pedro Ba rreto. Ha sido premiado en salones regionales y nunca ha expuesto individualmente en Caracas. Trabaja grandes formatos e incorpora la base como expresión integral de su obra. Observando su trabajo, he escrito, en el catálogo de su actual exposición Rastro del Tiempo, que se realiza en Porlamar, que la escultura actual en Venezuela, tal como la practican las nuevas generaciones, tiene un fundamento importante en el ensamblaje, en aquellas imágenes que surgen desde lo banal, lo superficial, lo ruidoso, lo pretencioso y lo efímero de una época que parece alejarse de la dimensión de jornada en el taller y cómo en una intimidad sostenida con la materia que privilegia, en este caso la piedra llamada serpentina, proveniente de canteras margariteñas, irrumpe un signo diferente, en rica textura, tanto de la piedra en sí como de aquello que marca las herramientas y, desde esa dimensión de la materia, este joven escultor se adentra en los sempiternos problemas del hombre, su huella, su aquí, su marcha a contracorriente, sus vértigos, sus sueños, su moldear con su mano las aperturas, los canales, las ventanas, los arabescos de unas piedras que giran en el espacio.
Valentín Malaver trabaja con un mínimo de instrumentos, casi tan rústicos como la imagen que resulta de su hacer. Me llama la atención la austeridad de herramientas sofisticadas en su taller. Todo se hace a golpe, incluso la selección del bloque en una olvidada cantera. Y es allí, en ese primer gesto, cuando decide qué peñasco llevarse consigo, cuando comienza la obra. Distinguirlo, cortarlo, cargarlo, tomárselo. Ese primer contacto, ese primer manoseo, ya sugiere su primera figura, lo que luego será su imagen final. En el intermedio hay horas de taller, en un pequeño patio, a la sombra de un árbol frutal en Puerto La Cruz.


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