“No es cuestión de tristezas. Es la más
prolongada escalada del alma hasta su hueso.
Es cuestión de esperanza de sed o brasa viva
que brota de lo largo de la calle
de las mesas
de adentro
de donde se cocinan las miserias
y las mil soledades
Es cuestión de vivir contra morir”
Es cuestión del humor y de reciclar a los clásicos paganos con un sabor actual en los manjares de la boca, de avanzar en la noche hasta encontrar una ráfaga disponible abriéndose como un lunar moreno ante las amapolas.
Es asunto de habitar el hastío,
la melancolía, la saudade,
con la tranquilidad fecunda
del estanque y los papeles.
Las páginas compasivas que fluyen después del abandono y sin nadie culpable. Un rito continuo de preguntas y de encabestradas ilusiones.
Los poemas que tratan de colocar las cosas en su sitio, con un desenfado coloquial, cercano al ruido y a la quietud musical de los recuerdos.
Las elegías que enaltecen
vidas irrepetibles, tocadas
por una gracia indefinida
que las mantiene invictas,
encarajinadas con el polvo
y la vergüenza.
Elegías a una manera de irse
pero con una corazonada
transparente en el mágico
azar del desvarío.
Es como decir adiós a sabiendas de que miente. Bella flor que aún resucita de la derrota y del trajín de los muertos, de la victoria arquetipal. Componer, entonces, contra el destierro, contra la sed magnética de los vasallos, contra el olvido, con toda libertad y obediencia y afanes emancipadores.
Recordar, así, es renovarse,
resucitar de las cenizas
como el extraño corazón del hombre
después de sus errores. Lo invulnerable
es el dolor y el silbido
de la medianoche.
Lo propio es entender,
menos solemnemente, de qué se trata:
“Tienes razón El mundo es una infamia
Entremos en materia
Los dolores existen
La podredumbre humana nos engulle
Se desangran a un golpe de tinaja
las uñas y el sombrero
Tienen razón Los tiempos son terribles
Pero no está de más servirse un trago...”
Lo propio es continuar con las obsesiones. Las que nos dan lugar y rastro y proporciones y aceptar nuestro humildísimo destino al modo en que un soberbio insurrecto hace las paces con su único exilio, el que de veras le pertenece:
“Sucede al descalabro el descalabro
A la locura la locura
A la migración de la nostalgia la melancolía
Al olvido la eternidad
Al sitio donde nada retoña el despoblado
A la miseria el desamparo
A los imperios otro imperio
A la prosa la prosa
y a la poesía tú”
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