miércoles, 14 de diciembre de 2011

Montaje de el "Gran Pelicano " en plaza de Altos de Maneiro.Última obra sitio de Valentin Malaver. Un día antes del fatal accidente que nos privoó de seguir junto a nosotros.

*Pelicanos*

Vuelan en la orilla del mar

en equipo como de treinta van

en forma de "V" ellos vuelan

danzando y bailando

con sus alas al estirar

con sus bolsa en el pico

sólo para cargar

el rico pescado que el mar les da...

Y se zambullen

uno atrás del otro

dentro del mar

y se van a pescar

los suculentos peces

que el mar les da

para así alimentar

su majestuosidad...

Hermosos y blancos

en equipos van

se ayudan y se apoyan

para avanzar

de un destino a otro

los pelícanos van

al atardecer por allá...

Héctor Molina

domingo, 11 de diciembre de 2011

Dos poemas del amigo poeta Ramón Ordaz dedicados a Valentin Malaver

VALENTÍN MALAVER: PIEDRA DEL ARTE Y LA AMISTAD

 

                                                                               A Ofelia y Carmen Noria

 

Desde el fondo de sus profundos azules el mar va dejando melancólicas notas en el vasto horizonte; de las colinas del Guayamurí bajan incontables verdes batidos por un viento que rasga las arpas de los datileros; el férreo mediodía calienta y multiplica los puntos cardinales que pasan a medir fuerza por la veleta-pez de grisácea piedra que envía signos y señales desde la terraza del artista. Estamos en la Casa de Ofelia, donde el pétreo canto del pájaro se detiene, saca su alma perforada porque hemos sembrado en la explanada de Antolín del Campo a un hijo excepcional de Guarame: Valentín Malaver, esculpido su talento a fuerza de desentrañar los credos que vencen la muerte: los invisibles y misteriosos rostros de la piedra que su oficio trajo a la ronda de sus familiares para perennizarse. De intuición envidiable, de natural perspicacia, su nariz aguileña le confería afinidad con las aves de vuelo, de allí que su mirada poseyera el don de penetrar tanto las alturas del pájaro como buscar en la profundidad de la piedra la ternura para expresarlo. Fue el pelícano el pájaro de mar con el que más estrechó lazos su obra artística, gracias a él convertido en símbolo de la cultura cinematográfica del país; pero su arte espacial cinceló otras aves del entorno insular como la arisca chulinga o paraulata, cuyos gráciles movimientos atrapa en esculturas suyas. Sugeridas, insinuadas brotan de las piedras esas criaturas que alzaron el vuelo por virtud de sus mágicas manos. Sólo un poeta de su estirpe pudo materializar esas imágenes que iba descubriendo su talento de creador. Los ojos de los moriquites nos llegan suspendidos y distantes, como pidiéndole al espectador que complete su presencia y su vuelo para ese paso audaz de una canción nocturna y desconocida en la solariega estancia. El mar danza en la piedra, rueda con los resortes y aros que Malaver le construye a partir de calcáreas, coralinas, cumarebo, serpentinas, marmóreas y graníticas piedras que su fuerza paternal arrastró hasta su taller para mostrarlas luego como hijas prodigiosas. Subsistía Valentín por sus pelícanos, pero su batalla mayor estaba más allá, en el corazón del arte que sentía como una misión terrena. Quienes lo conocimos pudimos sentir y compartir esa pulsión vital de artista que le distinguía. Modesto, no alardeaba, sino que trabajaba, trabajaba; su ego se perdía bendecido por las figuras que traía a la superficie como minero, como excavador que busca objetos perdidos. No otra cosa que su ars escultórica fue lo que escribió en el editorial “Esculpiendo a Tropel de luces”: “La imagen va surgiendo en el oficio de esculpir, encontrando páginas desnudas mientras el cincel modela con fuerza el discurso vivo de la palabra, en un intento de expresar vivencias que habitan en la memoria  colectiva, transformándose en metáforas a través de un lenguaje que emerge de la piel desbastada. Mientras la roca se deja seducir aparece un poema que se expande por dentro, recorre su interior haciendo vibrar la materia, manteniendo el equilibrio, develando erotismo en sus hendiduras como semilla a punto de germinar.” Con claros conceptos, exponía la tenacidad de su oficio de escultor para compartirla con sus amigos escritores. Espacio y tiempo fundidos de manera ejemplar por ese “discurso vivo de la palabra”, por ese “poema que se expande por dentro”. Pero hay más, la seducción y el erotismo que pudimos apreciar en sus piedras pulidas de rugosas fisuras, santificadas por su arte como vulvas de presentida intimidad femenina que viene del mar. No se conformaba con su arte Valentín Malaver, quería que las otras expresiones artísticas dialogaran con la suya; utópico vanguardista, aspiraba integrar distintos eventos de las artes en una amistosa exposición que tendría como destino final la Casa de Ofelia, su casa y su taller. Incipientes quedaron sus proyectos de instrumentos musicales roturados en la piedra, así como sus vasijas culinarias moldeadas en cantos rodados, sus florales retoños en piedras mixtas y ensambladas que empezaba a exhibir su madurez de artista. Valentín no se ha ido; está allí con sus esculpidas piedras que ahora despiden  perfumes de inmortalidad.

 

                                                                                        Ramón Ordaz

                                                                                         Antolín del Campo, 04-10-11

 

 

 

 

 

 

 

 

VIENDO ESCULPIR A VALENTÍN MALAVER

 

                                                                        Yo nombro la piedra, yo nombro el sol

                                                                                                cuando ni la piedra ni el sol están presentes

                                                                                                a mis sentidos; no obstante, prontas y

                                                                                                serviciales en mi memoria están

                                                                                                sus imágenes.

                                                                                                            San Agustín

 

Nunca fue suficiente la Palabra.

            Dice y no dice.

Se pierde en los caminos,

                                    vive de acuerdos,

                                    de impromptus,

de raptos,

de memorias que no puede contener.

 

No es suficiente la Palabra,

su canto da con otro canto: La Piedra,

                                   

en su frío candor,

un silencio de estrellas que hiere el esmeril,

un nervio oscuro de animal marino,

un vuelo congelado de Ave Fénix.

                                   

En la inaudible poesía,

entra en el laberinto

                                    el pájaro o el pez que fue

huyendo del letargo.

La mandarria inclemente,

                                    tenaz,

                                    obsesiva

y subyugante sobre las firmes superficies,

ahogado su aliento entre el polvo de los siglos:

                                   

 

Jamás fue suficiente la Palabra.

 

El diálogo es conciso en este pétreo vuelo,

                                    menos perecedero,

                                    inmortal casi

cuando penetra,

desbasta lo que estaba tallado

                                    en una vegetación sin nombre,

                                    mineral,

mostrando esa otra piedra de su estirpe,

                        que vuelve inútil las palabras,

                                    cualquier corolario.

 

La Piedra dice.

El mar apaga todos los llantos.

 

NO ESTÁBAMOS  PREPARADO PARA ESTO

 

No estábamos preparados para ésta

ausencia de un amigo ,

inesperado vuelo del ángel o el pelícano,

                                    es lo mismo:

la misma sordidez de lo imprevisto,

las mismas telarañas que construye el olvido,

la misma roturada piedra para nadie,

en esta imponderable jugada de la muerte.

 

No estábamos preparados para esto.

                                   Saber que no hay más copas a tu lado,

no más vinos, no más quesos para la cofradía,

no más la frase irónica contra la mentira,

no más la infantil ebriedad que ve la musa doble

                                    cuando quiere olvidarla,

no más la perra vida que se emperra

en seguir siendo perra hasta en la muerte,

no más, Valentín, tus ocurrencias de poeta,

transido por el alma que extrajiste a las piedras,

esas tus criaturas emergidas del polvo que nunca más verás.

 

No estábamos preparados para este adiós de mierda,

perdona el expletivo -que no hay mala palabra-,

donde quiera que estés, te has librado

de esa nuestra esencia terrestre,

esa cargante putrefacta orden,

                                    de vivir al día,

                                    a la medida de las circunstancias,

                                    a ver cómo ajustamos cuentas,

                                    cómo no nos vamos al vacío,

para salvar el último grito de la piedra,

y así seguir en vilo,

                                    hasta el día siguiente,

                                    hasta la próxima piedra

                                    donde descansa la muerte.

 

Nunca fue suficiente la palabra.

No estábamos preparados para esto.

 

                                                                                    Ramón Ordaz.